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El gobernador Carlos Joaquín González se juega el todo por el todo con el canto del gallo, porque como director de un hospital instalado en zona de guerra tiene que levantar a un paciente con múltiples lesiones y daños internos: gangrena, diabetes, cáncer, cirrosis hepática, cálculos biliares y chikungunya, pero la última tomografía es portadora de malas nuevas.
Quintana Roo cumplirá 42 años como estado este ocho de octubre; ya es un hombre mayor, pero tan castigado por los familiares que recibieron la encomienda de protegerlo desde que se desplazó en la cuna en 1974. Podría decirse que los encargados de su cuidado lo desangraron inclementes, impidiendo su desarrollo y felicidad a la que estaba destinado.
A partir de Jesús Martínez Ross –primer gobernador electo en las urnas en 1975– nuestro estado ha aprovechado y desperdiciado oportunidades para consolidarse, contando con el mayor activo de la naturaleza: una industria turística con características de potro salvaje, y a la que hay que jalarle la rienda para frenar la voracidad de empresarios muy poderosos, quienes habitualmente se entienden tomados de la mano con nuestros alcaldes y gobernadores.
El estado quedó convertido en piltrafa en las zonas donde han metido mano nuestros políticos y burócratas. Nada se salva, porque hasta el agua potable fue obsequiada a Aguakán –Mario Villanueva Madrid dejó que esa anaconda anidara en Cancún–, dejando obviamente ganancias para los hombres del poder porque estos no tienen una pizca de inocentes palomitas.
La deuda pública es aplastante, como pretender dormir con un elefante en la cama individual, pero lo más grave fue la formación de una clase política priista que se deterioró a tal grado que dominó todas las variantes del negocio, superando el infame diezmo que consiste en pedir una buena mochada a los empresarios para adjudicarles contratos millonarios.
Nuestros políticos se posgraduaron en las malas artes de la transa, perfeccionando los mecanismos para el saqueo que antes se hacía con carretilla y ahora se efectúa con barco mercante.
La expulsión de ese priismo delincuente hinchado de soberbia abre la oportunidad a un nuevo grupo gobernante encabezado por Carlos Joaquín González, formado en las filas del PRI pero enfrentado al grupo que tuvo las riendas de Quintana Roo a partir del cinco de abril de 2005.
Carlos Joaquín hizo todo lo posible por no romper con el PRI, pero el gobernador Roberto Borge le cerró las puertas y lo atacó sin misericordia hasta obligarlo a dar el salto para ser llevado en hombros por PAN y PRD, partidos que estaban a años luz de habitar la gubernatura por su anemia de figuras combativas.
Carlos Joaquín forma parte de una familia que provoca tanto orgullo en Quintana Roo; fresco está el antecedente de su hermano Pedro Joaquín Coldwell como gobernador, de 1981 a 1987. Y Pedro Joaquín es el político más importante de estas tierras, no sólo por las posiciones que ha ocupado sino por sus resultados de excelencia.
El reto de Carlos Joaquín consiste en recuperar el espíritu de servicio honesto y diestro que debe distinguir a nuestros políticos. Aquí rescato el nombramiento de un hombre con este perfil: Abraham Rodríguez Herrera, como titular del Instituto de Infraestructura Física Educativa de Quintana Roo (Ifeqroo). Pero otros colaboradores deben apaciguar sus ánimos rapaces porque la presión ciudadana es enorme, alentada por la certeza de que pueden castigar de ahora en adelante.
Le pido a Javier Chávez no escriba engrandeciendo la personalidad de un individuo, sin que éste primero muestre su «capacidad». Abraham Rodríguez Herrera tiene 20 días en el cargo público y lo que sabemos de su desempeño como funcionario público, tiene poco que ver con sus obligaciones. Sabemos que es una persona que toda su actividad laboral la ha desempeñado en la iniciativa privada.
El comentario de Chávez se basa, por lo que percibo, en una relación de amistad con Abraham Rodríguez Herrera pensando, tal vez, que así como ha mantenido el despacho de su padre, quien es el real emprendedor del negocio, el desempeño de Abraham Rodríguez será igual de fructífero en la función pública. La “honestidad” no mueve el trabajo burocrático, él tendrá que entender que hay procedimientos ajustados a un presupuesto con políticas y limitaciones, la burocracia no reacciona con controles, métodos y afanes de ejecutivos empresariales. Ser “diestro” lo tendrá que mostrar cuando vea que la burocracia es renuente al cambio, sobre todo al cambio drástico y que el poco tiempo que tendrá en la función pública no le va permitir mostrarlo.
Al nuevo titular del IFEQROO tendríamos que verlo en un par de años. Por el momento sé que su inicio fue equivocado al afanarse en los primeros días en buscar, en los estados financieros, lo que ya fue presentado a las oficinas de fiscalización; en desconfiar del personal al ordenar cambiar la cerradura de su oficina; en solicitar renuncias sin valorar conocimiento, experiencia y antigüedad del personal, por el contrario, Abraham Rodríguez Herrera comenzó a poner en duda la “honestidad”, con la que se va a conducir, al contratar gente que no cumple con el mínimo requisito para el perfil del puesto de las vacantes mal habidas.
Hasta el momento, lo que sé es que la única obra que Abraham Rodríguez Herrera ha supervisado es el desmantelamiento de una fuente que adornaba el interior del edificio para, supuestamente, ofrecer más espacios al entorno laboral. Pero… ¿cuáles son los pendientes oficiales del IFEQROO?, querrá saber ¿cuál es la situación laboral del personal?, conoce a más de 20 días ¿cuál es el avance o retraso de las obras en infraestructura escolar? Habría que entrevistarlo, porque públicamente hasta el momento no sabemos nada ¿no es así Javier Chávez?