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La obligación de saber legislar

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Todos los partidos políticos en todos los frentes tienen su punto débil en la nula o escasa preparación de sus candidatos a lo que sea. Y hablando en concreto de este proceso para la elección de diputados federales, los antecedentes de muchos los descalifican para representarnos en la Cámara de Diputados.

Gran parte de ellos tiene una endeble formación y escaso conocimiento de nuestra Constitución, cuyo dominio es básico para emprender sus tareas tan significativas, al menos en el campo de la teoría.

Los candidatos en campaña recurren al guión de costumbre, lanzando promesas ante cualquier petición tomada al vuelo, pero sin dar muestras del dominio de un oficio tan desprestigiado por la irresponsabilidad de aquellos que prometieron lo mismo en otros procesos, defraudando una y otra vez a los incansables creyentes.

Los partidos políticos deben ser obligados a enviar a competir a figuras con pleno conocimiento de ese trabajo, lo que incluye un prestigio y reconocimiento social, aunque lamentablemente el elector es seducido por productos escandalosos que no saben ni jota de lo que les aguarda, en caso de que el voto los impulse a la curul.

Tales fenómenos electorales han surgido en diversas latitudes, exhibiendo un populismo que les hace ganar batallas.

El último producto electoral exitoso –fuera de la órbita del PRI– fue Juan Ignacio “Chacho” García Zalvidea, quien postulado por el PAN fue candidato a la diputación federal por el distrito de Cancún, arrebatándolo al PRI por primera ocasión en aquel proceso de 2000, cuando Vicente Fox fue candidato del PAN a la Presidencia.

El “Chacho” fue un huracán categoría cinco que también por vez primera le arrebató al PRI la presidencia municipal de Cancún, derrotando como Verde Ecologista al priista Víctor Viveros Salazar.

Y Zalvidea como candidato del PRD a la gubernatura hizo sudar frío al PRI, cuando Joaquín Hendricks era gobernador.

Este tipo de candidatos seduce a las masas, y lamentablemente los expertos en el oficio de legislar difícilmente tienen arrastre popular, y por ello son desplazados por las cúpulas partidistas que persiguen la victoria al costo que sea, postulando incluso a priistas desechados por su partido.

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